martes, 25 de mayo de 2010

LA CREMA


Por cuestiones de colesterol y para no engordar hemos declarado la guerra a la crema, resignándonos a la leche descremada. Con la espiritualidad, hicimos lo mismo. Pero lo que deberíamos hacer es exactamente lo contrario: dejar de lado la leche flácida y quedarnos con la crema.

La crema es la Gratuidad. En todo.

“Lo que ustedes recibieron gratuitamente, denlo gratuitamente” (Mt 10, 8).

¿Qué es lo que hemos recibido gratuitamente? La vida y todo lo que le sigue. ¿Qué es lo que debemos dar gratuitamente? La vida y todo lo que le sigue.

Dios es Vida, por eso es Gratuidad.

Nuestro ser profundo es vida también y por eso tiene que ser gratuidad.

A imagen de Dios.

Sin la Gratuidad no existe nada.

La Gratuidad es la crema de la Revelación.

Para nuestra mentalidad de predadores empedernidos, la gratuidad no es rentable y, por lo tanto, se descarta. Pero, pensándolo bien ¿son rentables el descanso, las vacaciones, la recreación, el arte o el simple hecho de respirar?... ¿Por qué no descartarlos?

La Gratuidad es algo que se vive en el fondo del ser, allí donde uno va a sacar energías cada vez que se sumerge en esa zona para reposar, para liberarse, re-encontrarse, realimentarse. Esto no prepara ciertamente a la competencia o al consumo. En todo caso es lo que nos impide ser esclavos en un mundo que nos sofoca, o que nos perdamos de vista en un mundo que nos devora.

A esos momentos, algunos lo llaman “meditación” u “oración”, pero estas palabras han sido tan prostituidas. Digamos simplemente que son momentos intermitentes, a veces breves, en que uno se sume en sí mismo sólo por el placer de ser o de seguir naciendo. Nada más.

Sólo en la gratuidad se encontrarán las religiones del mundo.

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