domingo, 23 de septiembre de 2012


SALAM ALAIKUM

 por  José Arregi


Salam alaikoum, "paz con vosotros", amigos americanos muertos en Libia. Vivid ahora en la Paz, más grande que aquella que quisisteis instaurar en esa tierra de desiertos y de oasis, de dunas de arena que flotan sobre mares de petróleo.
Salam alaikoum, amigos musulmanes muertos en las últimas protestas en Yemen, Túnez y Sudán. Vivid también vosotros en la Paz, la paz que los de fuera y los de dentro han impedido en vuestras tierras a menudo desgarradas, convertidas en un laberinto de violencia sin razón ni término.
Salam alaikum, hermanos y hermanas musulmanas que creéis en la Paz y la Compasión que llamamos Allah o Dios. El Profeta Muhammad –que la paz sea con él– fue un hombre de concordia y de paz en un tiempo en que las tribus árabes se desangraban en guerras. Vuestra religión es una religión de paz. El sagrado Corán ordena vivir "plenamente en paz" (2,208), y enseña que en los jardines eternos donde fluyen arroyos se oirá un único saludo: "¡Paz!" (10,10). Y su recitación cantada en árabe sosiega el cuerpo y embelesa el alma llenándola de paz.
Quiero honrar el Islam como religión de paz, a pesar de todas sus contradicciones, de todas sus malditas guerras sagradas, de su triste historia de violencia tan similar a la de otras religiones aliadas del poder (y seguramente se queda corta comparada con la "historia criminal" del cristianismo...).
Honor al Islam, a pesar de tanto horror cometido, de tanta sangre inmolada en nombre de Allah. Quienes lo hacen son delincuentes y blasfemos. Y sabemos que son una ínfima minoría, aunque, por poderosos intereses, ocupan pronto los primeros titulares de nuestros informativos.
Quiero celebrar el Islam como religión de libertad, a pesar de todos los regímenes autoritarios de ayer y de hoy. Y reconozco lo evidente: las grandes potencias occidentales, de tradición y de población mayoritariamente cristiana, han impulsado y sostenido a tales regímenes cuando les ha interesado, en nombre de la seguridad (y del comercio), y los han combatido y derrocado cuando les ha interesado en nombre de los derechos humanos (y del petróleo).
Ahora toca imponer la democracia. Quiero celebrar la "primavera árabe" que, a pesar de lo incierto de su desenlace final, ya ha desmentido nuestro prejuicio todavía tan arraigado de que el Islam es incompatible per se con los derechos humanos y la democracia. Mentira.
Quiero proclamar al Islam como religión de razón, y recordar que en los primeros siglos dio cabida en su seno a la ijtihad o libre interpretación racional del Corán, y que los sabios musulmanes descollaron en las matemáticas, el álgebra, la astronomía, la física, la medicina, la música y la poesía, y que de ellos aprendió la Europa latino-germánica.
Y quiero recordar que el fundamentalismo musulmán, surgido en el s. XVIII, cobró fuerza justamente tras la Primera Guerra Mundial, cuando Gran Bretaña y Francia se repartieron los restos del Imperio Otomano: buena parte del Oriente Medio. Desde entonces, las potencias llamadas cristianas lo han humillado y expoliado.
Y por todo ello, hermanos y hermanas musulmanas, en nombre de Allah, el Compasivo, el Misericordioso, en nombre de su Profeta Muhammad –que la paz sea con él–, en nombre del Corán que él recitó, quiero pediros y rogaros: no respondáis con violencia a ese soez film que parodia la figura del Profeta.
Es una burda, una perversa y vergonzosa provocación, máxime si su productor es, como parece ser, un cristiano copto (¡qué vergüenza para Jesús y para los hermanos coptos perseguidos por algunos salafistas musulmanes!). El autor del video se denigra a sí mismo. No le prestéis atención. No merece ofensa ni ira. Honrad con la tolerancia y la paz a los nobles países árabes y musulmanes. Honrad la vida y vivid en paz. Honrad el Islam. Demostrad que es una religión de paz, de libertad y de razón. Salam alaikum.

José Arregi

Para orar

A través del Amor
las espinas se transforman en rosas.
A través del Amor
el vinagre se transforma en dulce vino.
A través del Amor
la pira se transforma en trono.
A través del Amor
el revés de la fortuna buena suerte parece.
A través del Amor
una parrilla cubierta de cenizas semeja un jardín.
A través del Amor
el demonio se vuelve una hurí.
A través del Amor
la dura piedra se torna blanda cual manteca.
A través del Amor
la congoja es alegría.
A través del Amor
se transforman en ángeles los vampiros.
A través del Amor
las picaduras son como miel.
A través del Amor
los leones son inofensivos como ratoncillos.
A través del Amor
la enfermedad es salud.
A través del Amor
la ira se torna en misericordia...

(Y. Rumi, poeta místico musulmán sufí del s. XIII)



domingo, 3 de julio de 2011

TRES BUENAS RAZONES PARA NO PELEAR


Los cristianos, los judíos y los musulmanes somos tres árboles nacidos de un mismo tronco. Los tres adoramos al mismo Dios, somos hijos e hijas de Abrahán y compartimos una misma misión. Tres buenas razones para no pelear.

El mismo Dios

“Yavé” del judaísmo, “Alá” del islam y “Dios Padre” del cristianismo son sólo diferentes nombres del mismo Dios. De suerte que, sin saberlo tal vez, el cristiano adora a Alá y a Yavé, el musulmán adora a Yavé y al Padre de Jesús, y el judío creyente adora a Alá y al Padre de Jesús.

La misma familia de Abrahán

Sea por la sangre o sea por la fe, nosotros los seguidores y seguidoras de Moisés, de Jesús o de Mohammed, somos miembros de la familia de Abrahán. Este dato, fundamental en la Biblia de los judíos y de los cristianos y en el Corán de los musulmanes, nos une a todos a un nivel medular.

Compartimos la misma misión

Los hijos e hijas de Abrahán reciben de Dios una misión común, la que, en un pasaje clave pero muy poco conocido del principio de la Biblia, se define así:

Dios se preguntó: “¿Ocultaré a Abrahán lo que voy a hacer, cuando justamente quiero que salga de él una nación grande y poderosa, y que a través de él sean bendecidas todas las naciones de la tierra? Pues lo he escogido para que ordene a sus hijos y a los de su descendencia que guarden el camino del Señor viviendo según la justicia y el derecho, para que el Señor cumpla con Abrahán todo lo que le ha prometido.

(Génesis 18, 17-19)

Así de sencillo. Ningún misticismo. Ningún ritualismo. Simplemente: llevar la bendición de Dios (o sea los mayores “bienes” de la vida) a todas las naciones de la tierra. ¿Cómo? “viviendo según la justicia y el derecho”.

Por lo tanto, que seamos cristianos, judíos o musulmanes, todos compartimos la misma vocación y la misma misión: ser en todo el mundo servidores y servidoras de la justicia.

Lo cual, en lenguaje concreto, nos compromete a dejar de mentir, de codiciar, de robar, de oprimir y matar, y a reconocer para todos los seres humanos los mismos derechos que reclamamos para nosotros mismos.

Más específicamente, nuestra misión común nos incita a que no nos quedemos encerrados en nuestras sinagogas, iglesias o mezquitas, o en nuestros códigos jurídicos particulares tan marcados aún por nuestro pasado patriarcal y tribal, y que participemos activamente de la edificación de un mundo acorde con los grandes principios de la Declaración universal de los Derechos humanos de la ONU, amén de otras declaraciones destinadas a proteger a los grupos humanos más vulnerables como las mujeres, los niños y los pueblos originarios. Sin olvidarnos de los derechos de nuestros hermanos animales y de nuestra Madre Tierra.

Si hemos de ser santos como Dios es santo (Levítico 11,44; 1Pedro 1,16), si hemos de amar al mundo como Dios lo ama, si hemos de ser los instrumentos de Dios para extender la paz y traer la bendición a todas las naciones, el camino es la justicia.

En la justicia se encuentran nuestra raíz y nuestra identidad, nuestra vocación y nuestra misión. En la justicia,… la salvación.

sábado, 11 de septiembre de 2010

LA RELIGIÓN QUE DA VIDA O MATA


Jesús era un judío piadoso que tomaba muy a pecho su religión; sin embargo fue matado. ¿Por quiénes? Por hombres que eran de la misma religión que él y muy religiosos también.

La religión tiene algo en común con el fuego, el agua, el aire y la tierra. Los cuatro elementos tienen el poder de dar la vida, pero también de dar la muerte. El agua da vida pero también ahoga. La luz y el calor del fuego dan vida pero también queman. El aire da vida, pero convertido en huracán, asesina. La tierra es la madre de los humanos, pero también su tumba.

Así sucede casi con todo: con la fuerza, la sexualidad, la plata, las ideologías, la ciencia, la tecnología e incluso con la libertad.

Así con la religión.

Todo lo que tiene poder para dar la vida puede también dar la muerte.

El Deuteronomio pone en la boca de Dios esta palabra:

«Te propongo hoy la vida o la muerte. Elige, pues, la vida. »

(Dt 30, 19)

La religión al servicio de la vida, fue lo que Jesús eligió.

La vida al servicio de la religión, fue lo que eligieron los que mataron a Jesús.

Hay un cristianismo al servicio de la vida: alumbra, sana, consuela, pone a multitudes de pie.

Pero hasta hace poco, muchos cristianos convencidos mataban todavía a otros cristianos no menos convencidos.

Hay religión y religión, pues.

martes, 25 de mayo de 2010

LA CREMA


Por cuestiones de colesterol y para no engordar hemos declarado la guerra a la crema, resignándonos a la leche descremada. Con la espiritualidad, hicimos lo mismo. Pero lo que deberíamos hacer es exactamente lo contrario: dejar de lado la leche flácida y quedarnos con la crema.

La crema es la Gratuidad. En todo.

“Lo que ustedes recibieron gratuitamente, denlo gratuitamente” (Mt 10, 8).

¿Qué es lo que hemos recibido gratuitamente? La vida y todo lo que le sigue. ¿Qué es lo que debemos dar gratuitamente? La vida y todo lo que le sigue.

Dios es Vida, por eso es Gratuidad.

Nuestro ser profundo es vida también y por eso tiene que ser gratuidad.

A imagen de Dios.

Sin la Gratuidad no existe nada.

La Gratuidad es la crema de la Revelación.

Para nuestra mentalidad de predadores empedernidos, la gratuidad no es rentable y, por lo tanto, se descarta. Pero, pensándolo bien ¿son rentables el descanso, las vacaciones, la recreación, el arte o el simple hecho de respirar?... ¿Por qué no descartarlos?

La Gratuidad es algo que se vive en el fondo del ser, allí donde uno va a sacar energías cada vez que se sumerge en esa zona para reposar, para liberarse, re-encontrarse, realimentarse. Esto no prepara ciertamente a la competencia o al consumo. En todo caso es lo que nos impide ser esclavos en un mundo que nos sofoca, o que nos perdamos de vista en un mundo que nos devora.

A esos momentos, algunos lo llaman “meditación” u “oración”, pero estas palabras han sido tan prostituidas. Digamos simplemente que son momentos intermitentes, a veces breves, en que uno se sume en sí mismo sólo por el placer de ser o de seguir naciendo. Nada más.

Sólo en la gratuidad se encontrarán las religiones del mundo.

viernes, 23 de abril de 2010

BUDA Y JESÚS



Mi amigo se convirtió al budismo. Le hizo bien, está menos nervioso que antes, menos materialista, más dedicado a los verdaderos valores.

No guarda ningún rencor hacia su pasado cristiano, sino compasión: “Yo entonces estaba en la oscuridad” admite. Actualmente se siente en un camino seguro que tarde o temprano lo conducirá a la iluminación. La iluminación se ha convertido en el objetivo de su vida y le otorga su sentido total. Aunque mi amigo se esfuerza – sin esforzarse – por aniquilar toda forma de deseo – fuente de todos los males - admite que esta seguridad de llegar un día a ver la luz es lo que le procura fuerzas para avanzar en este camino que es por momentos muy duro.

Mi amigo y yo intercambiamos a menudo nuestras experiencias comunes. Los dos habíamos tomado distancia frente al cristianismo. Ambos habíamos atravesado nuestros períodos de ateísmo. Fueron tiempos felices en que, por fin, nos sentíamos aliviados de toda traba para lanzarnos en la gran aventura de la libertad. Fuimos descubriendo todo un universo que se nos había ocultado, y hasta prohibido, el universo de los “otros”, de los que pensaban diferente. ¿Era ése el” fruto prohibido”? No lo sé, pero no le faltaba sabor.

Luego, después de muchos años, llegamos a sentirnos como huérfanos de algo, con la sensación extraña de haber perdido el centro o tal vez la raíz de nuestro ser. O el sentido de nuestra existencia. Volvimos a encontrarnos desganados y más bien vacíos. Fue entonces que mi amigo se encontró con el budismo y que por mi lado volví a emprender el camino del cristianismo, tratando esta vez de seguir mi corazón, o sea mi conciencia de persona libre, y ya no más el camino de los dogmas y de las normas. Esto, curiosamente, me condujo poco a poco a topar con el mundo increíble de los pobres. Esa experiencia me sacudió de pies a cabeza y me obligó a replanteármelo todo acerca de mí mismo, acerca de Dios y acerca de la vida toda. Allí aprendí pronto a perder mis ilusiones y a abrirme lentamente a lo verdadero.

Mi amigo seguía las enseñanzas de Buda. Se cuenta que Buda vivió varias vidas y que después de su última venida a la tierra, 500 años antes que Jesús, fue engendrado por un elefante blanco en el seno de Maya. Maya era una virgen casada con un rey. Estaba de camino cuando le llegó el tiempo de dar a luz. Bajó de su carroza, se ubicó bajo un árbol, se tomó de una rama y de repente nació el niño como una flor brotando de su costado.

Mi amigo seguía ya los pasos de Buda cuando le explicaron el nacimiento de su Maestro. Le pareció legítimo que le contaran lindas historias sobre el hombre a quién tanto admiraba. Con el tiempo comprendió que el elefante blanco no era un elefante blanco sino el símbolo de la Sabiduría de Dios. Buda había nacido de la Sabiduría de Dios. Pero ¿dónde puede encontrarse la Sabiduría de Dios sino en un corazón entregado enteramente a Dios? Maya era una mujer que todo lo esperaba de Dios y nada de sí misma. Quería un hijo y lo quería de Dios. Es por eso que se dice que era virgen: no había en ella lugar para la vanidad, o sea la nada. Todo su ser estaba vuelto hacia la Sabiduría como la flor hacia el sol.

La Sabiduría es así de maravillosa; atraviesa los cuerpos más opacos y los vuelve luminosos. Nada la detiene. Vuelve transparente todo lo que toca. Cambia el vil plomo en oro y al pobre en rey. Aunque no haya ley buena que no se inspire de ella, ella misma escapa a toda ley. Es infinitamente sutil y poderosa. No trastoca nada, irradia y transfigura. La sabiduría se instala en el corazón humano a la vez que lo trasciende. Desposa el cuerpo y la materia sin turbarlos. Así, como un raudal de luz, nace Buda del cuerpo de su madre.

El nacimiento de Buda viene a ser como el origen de su iluminación: Maya, la madre, es nada menos que el corazón de Buda que, habiéndose vaciado de todo, se ofrece para que la Sabiduría se hospede en él como en su casa. La iluminación es un nacer a la verdad profunda del propio ser.

Esta historia no es sólo la del nacimiento de Buda a su propia luz interior, es también la historia de los discípulos de Buda que han sido transfigurados por la sabiduría de su maestro y cuyos ojos y lenguaje no son más los de la carne o de la simple razón, sino los de la Sabiduría. El relato del nacimiento de Buda es asimismo la historia del encuentro de la Sabiduría con todo ser humano narrada con palabras que sólo puede entender el corazón enamorado de ella.

Y ¿quiénes pueden entender la lengua del Evangelio, si desconocen la de la Sabiduría? ¿Cómo entenderán los increíbles relatos sobre el nacimiento y la infancia de Jesús, sino los que han perdido todo con él en la cruz, han sido sepultados con él, han bajado con él al vacío de la más oscura noche para, de repente, sentirse traspasados por su presencia resucitadora en el aliento de su Espíritu? Anunciación, Natividad, Bautismo, Transfiguración, Resurrección, Ascensión, Pentecostés: ¡un solo y único misterio! Él de la Sabiduría entre los humanos, que traspasa todos nuestros vientres, todas nuestras paredes, nuestros muros, nuestras fronteras, desciende hasta el abismo del desamparo humano más profundo, hasta el corazón del absurdo, hasta la noche infernal para iluminarlo todo desde el corazón mismo de Dios. Misterio del Espíritu que todo lo recubre con su sombra, envolviendo como en una nube la gestación del ser hacia su realización suprema. Sabiduría que, aquí y ahora, está delante de mí, como un manantial de luz, esperando que mi corazón vacío, atormentado por la sed, se vuelva hacía ella y beba.

Por eso hablo del camino de los pobres. Es entre los pobres adonde he encontrado la impotencia, el desamparo, las puertas cerradas, la sed, la noche y es allí adonde he llegado a ver la verdadera belleza. Que si el mundo puede ser recreado, es a partir de allí. A partir de la nada y de la esperanza más loca de los pobres. De modo que todo es posible. Ahora mismo. Claro que es allí adonde el Reino se está pariendo.

Él, budista, yo, cristiano, ¿qué significan esas categorías? La Sabiduría no puede encerrarse en ninguna casilla. Él y yo somos hermanos.

viernes, 26 de marzo de 2010

TODO EL MUNDO VA AL CIELO


Mi buen Dios, dime, ¿van al cielo los budistas?
- Claro que sí.
- ¿Y los taoístas?
- También.
- ¿Y los musulmanes y los animistas van al cielo en serio?
- En serio, mi hijo.
- Dime entonces, ¿los ateos, los marxistas, los grandes
pecadores, también los recibes en tu cielo?
- En mi cielo yo recibo a todo el mundo.
- Entonces ¿de qué sirve ser cristiano?
- Sirve para comprender esta Buena Noticia, alegrarse con ella y
proclamarla a todos los vientos.
- ¡Caramba! Todo el mundo va a hacer lo que le venga en gana, ¿te
imaginas el lío?
- Pero la tierra es ya un lío, mi hijo. Cree en esta Buena Noticia que
te estoy contando y las cosas no podrán jamás estar peor.

Dice la Palabra:

“En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones” (Jn 14, 2).

Digo yo: Si todos los caminos llevan a Roma, ¿por qué todas las religiones no llevarían a Dios?...